Hoy quiero presentarles a mi amiga Tere de http://tere-incisos.nopics.es quien escribe prosa de una manera que a mi me gusta mucho
Ella escribe así...
Lo que me gusta de mi dentista
Es más una necesidad, que no un gusto. Asistir a la consulta del dentista es una obligación que previene males mayores. Pero…
El fuero interno, el espíritu, nuestro inconsciente, como se quiera llamar, se revela. No quiere que nuestro cuerpo mortal sea torturado. Y empieza la lucha. Que hay muy buenas anestesias y que de verdad de la buena, no tendremos dolor y a cambio nuestra dentadura conseguirá un plus de vida activa y podremos morder bocadillos de chorizo y carne asada a la parrilla. Estupendo. Cuando una sonrisa aparece en nuestros labios empieza un diálogo personal. ¿Y si la anestesia no es suficiente? ¿Y si el nervio éste de aquí debajo, el que duele siempre, no se duerme ni a garrotazos?
Porque alergias no tengo, conocidas al menos, nunca se sabe ¿Y si con la edad aparecen? El no haber tenido nunca no quiere decir que… Pero tengo que ir, la muela maldita del juicio, esa de la derecha al fondo, está “ocluida” y me mueve los dientes de la izquierda. A grandes males, ya sabemos, hay que poner remedio. Pero el que corten, muevan y estiren los huesos dentro de la cabeza resuena y es, más que sufrimiento, angustia indescriptible. El cerebro protestará y gritaré y me revolveré y una señora mayor en esa tesitura pierde, junto a su compostura, el control de la situación. ¿Y si no fuera a la consulta mañana? Puedo posponer el tema un mes o dos, no pasará nada y en ese tiempo a lo mejor descubren una técnica nueva que deshaga dientes o muelas con rayos laser o algo así…
Es infantil este planteamiento. Es por mi bien. Me armo de coraje y me dirijo, muy decidida, a la clínica dental.
Después de la burocracia necesaria de ficha y registro informático, paso al consultorio propiamente dicho Y llega un chico joven (todos los hombres menores de cincuenta años me parecen chicos jóvenes) muy guapo, vestido como los cirujanos, con un pijama verde. Y empieza a hablar con una calma y un tono de voz agradable, ni bajo ni alto, con pausas, sonrisas y miradas algo cómplices.
- Bueno, Fulanita, Tenemos aquí una muela escondida que puede causar serios problemas y vamos a evitarlos (pausa y sonrisa) La extracción será complicada. (Palmadita en el brazo derecho de la paciente, que trata de contener un espasmo tembloroso). Le pondremos la anestesia necesaria para que no tenga dolor. Pero la anestesia solo quita el dolor, Las vibraciones, golpes en el hueso o tirones de los instrumentos, los va a sentir, pero sin dolor. (Pausa y sonrisa). Trate de diferenciar. ¿Comprende lo que digo?
- Si, si claro que sí.¡ Años que conozco la diferencia! (mueca que quiere aparentar serenidad y madurez)
- Muy bien, pues vamos a ello.
El guapo chico vestido de verde se inclina delante de un pequeño lavabo y se frota repetidamente con agua y algún desinfectante que huelle fresco y agradable, se seca, se pone guantes con un chasquido característico de lástex estirado, y con una expresión de felicidad total que oculta, rápidamente, detrás de una mascarilla, empieza a pinchar encías, mejillas y rincones insospechados de la boca de quién trata de pensar en la necesidad de semejante martirio. Pasa el rato. Se duerme la parte de la cara que rodea la zona de la muela maldita y comienza el duro trabajo profesional. El dentista es asistido y ayudado por una enfermera que entrega instrumentos y coge las manos de la paciente (nunca mejor dicho) quien está bajo la actividad del experto que inicia una serie de tirones, golpes y, no contento con eso, inicia el corte con una diminuta y ruidosa sierra, del elemento que se niega a salir-
Las lágrimas de la resignada y por necesidad total, absolutamente silenciosa pobre señora, corren por la mejilla izquierda. Su pensamiento quiere comparar la sesión de trabajo odontológico que se lleva a cabo, con otros anteriores. Es el peor. ¿Dolor? Son relámpagos, sensaciones… un ladrillo en un pie duele más, tal vez, pero sin ruido, ese ruido intermitente, espasmódico, de tirones, de golpes que quieren seguir el ritmo de los instrumentos que se agolpan dentro de la boca, chocando con la lengua, atrapando esquirlas, cortando tejidos. Pero dolor, dolor, tal vez no exactamente.
Lo que me gusta del dentista es que no para de hablar en todo momento. Explica minuciosamente el momento clínico en que se desarrolla la operación. Que si falta poco. Un tirón más, una aspiración más, solo este corte que está llevando a cabo y ya. Tranquila, repite (¿cómo estarlo?) ahora un impulso hacia arriba y…
- ¡Listo, Fulanita! Ya está. (se oye el ruido de un hueso contra la bandejita que le acerca la enfermera) Ahora dos puntos ¡no sentirá dolor! y…
Mientras cose, Fulanita piensa que su dentista debe haber sacado buenas notas en la universidad, que el especialista que tan contento (canturrea y todo) hace nuditos con el hilo dentro de la boca que atiende, no solo aprendió a cuidar los dientes: seguro que un profesor ha grabado a fuego esa atención y esas explicaciones que apaciguan, aunque no del todo, el espíritu de Fulanita.
Sigue el guapo chico dirigiéndose a su paciente indicándole los cuidados que debe tener en los próximos días y cuándo… deberá volver a la cínica, sin perder por un momento la sonrisa y ¡hasta guiña un ojo! al despedirse con un cálido apretón de manos.
Fulanita se incorpora, se seca la última lágrima que baja por el escote siguiendo el reguero comenzado por las anteriores, asegura un pie después del otro en el suelo y se dirige a la salida. En ocho días volverá a ver al guapo y amable cirujano que acabará su trabajo quitando los puntos y, tal vez, volverá a guiñarle un ojo
La historia que nos cuenta Tere refleja los miedos que tenemos, sobre todo si desconocemos la metodología que va a aplicar nuestro dentista.
Ese miedo a lo desconocido empieza a calmarse cuando un jóven apuesto abre la puerta del consultorio y nos dice:
-¡ Adelante!-
Les dejo este chiste para que la ida al dentista, si lo recuerdan, sea con una sonrisa.
Una dama va al dentista. En el sillón, el dentista nota una mancha marrón sobre uno de sus dientes.
“Aha, caries! Le voy a tener que extraer este diente” dice el dentista.
“Oh no, antes que eso preferiría tener un niño !!"grita la dama.
“En ese caso, déjeme ajustar el sillón primero” contesta el dentista
“Aha, caries! Le voy a tener que extraer este diente” dice el dentista.
“Oh no, antes que eso preferiría tener un niño !!"grita la dama.
“En ese caso, déjeme ajustar el sillón primero” contesta el dentista
Va otro por si se olvidan el anterior
Una señora mayor va al dentista y le dice: "Doctor vengo a que me saque la dentadura".
"¡Pero señora si usted tiene dentadura postiza!" dice el dentista.
"¡Lo que ocurre, doctor, es que me la he tragado!".
Humor ante todo, cuando nos decidimos visitar al dentista.
Gracias Tere por compartir mi espacio